Sobre la Ley Sinde: el guiñol del cinismo

Lunes, 27 de diciembre 2010

Recogemos el editorial de la revista Interactiva en el que Javier San Román reflexiona sobre el reciente fracaso de la Ley Sinde

El vicepresidente Rubalcaba ha dicho que la derrota del grupo socialista en la votación de la Ley Sinde (incómodo apéndice de la Ley de Economía Sostenible) tiene ventajas; o sea, que no hay mal que por bien no venga. Se refiere Rubalcaba a que este revés parlamentario ha servido al menos “para abrir un debate sereno sobre la necesidad de proteger el derecho a la propiedad intelectual en los nuevos entornos telemáticos”.

Sin ser una frase para la historia, es lo más sensato que se ha oído sobre el tema en las últimas semanas. Claro que es necesario un debate sereno, pero también un debate honesto; un debate en el que cada uno hable sin tapujos de lo que verdaderamente le preocupa en este asunto, sin escudos hipócritas y actitudes bienquedas.

Porque, salvo honrosas excepciones, los que hemos seguido la polémica leyendo todo lo que podíamos sobre el tema o escuchando entrevistas a los afectados, hemos tenido que asistir a una gran ceremonia de cobardía y cinismo que dice poco sobre nuestro país en general, cuando no de la salud mental de nuestra sociedad.

 

Vayamos por partes.

1.    Los internautas indignados: Se han movilizado usando su poder de convocatoria y protesta en las redes sociales, lo cual no es malo, puesto que se trata de un ejercicio de expresión democrática moderno y admirable, pero como manifestación ciudadana pierde todo su carácter civilizado y su coherencia cuando hace llamamientos a la milicia-hacker para bloquear páginas web del partido socialista o del Ministerio de Cultura. Si los defensores de la libertad de expresión bloquean sitios web discrepantes incurren en el famoso “todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros” de Orwell en su “Rebelión en la granja”. Cuando lo que importa es mi libertad de expresión, pero no la tuya, ya no puedo llamarme defensor de la libertad de expresión y honesto al mismo tiempo. Es particularmente sonrojante escuchar a algunos internautas que hay que frenar la Ley Sinde en nombre de la libertad de expresión cuando se nota descaradamente que lo que quieren es seguir consumiendo contenidos gratis en páginas piratas. ¿Qué tiene que ver la libertad de expresión con eso? ¿Alguna vez se han manifestado para protestar por el cierre de páginas de porno infantil? No pretendo hacer comparaciones, pero si aceptamos que esas páginas abyectas se tienen que cerrar porque en ellas se está cometiendo un delito ¿Cuál es la diferencia? En  las páginas  de contenidos piratas también se está cometiendo un delito

2.    Los creadores y el chivo expiatorio. España es uno de los países del mundo en los que más se ejerce la piratería, lo cual equivale a decir que es en el que más se roba su obra a los artistas. Es lógico que los creadores quieran proteger lo suyo (esa figura intangible que es la propiedad intelectual), pero no es tan lógico que lo quieran hacer sin acusar al ladrón de su delito. El caso es digno de análisis para un psiquiatra. Sin ser un experto, yo diría que es un ejemplo de violencia vicaria, síndrome de Estocolmo o bipolaridad manifiesta. Quizá todo junto, teniendo en cuenta que estamos hablando de artistas.  Resulta que el artista robado no quiere enemistarse con el ladrón, pero quiere enemistarse con alguien porque está harto de que le roben los tomates del huerto una y otra vez con total impunidad. En casos como estos lo mejor es recurrir al ritual del “chivo expiatorio”. Por eso el artista robado ha decidido que hay que señalar a las operadoras de telecomunicaciones, que se están forrando con el tráfico (además, son multinacionales y por tanto tienen cuernos, como los chivos). Es cierto que el delito de piratería se comete en la autopista virtual, pero se da el caso de que ese es también el espacio en el que se ejerce el comercio electrónico legal o cualquier otro tipo de tráfico. ¿De verdad es responsable el dueño de la carretera de lo que hagan los conductores en ella? Si alguien rompe el código de circulación en una autopista no se multa al administrador de la autopista que ha cobrado el peaje, sino al conductor. Repito: al conductor. Algunos artistas se han atrevido a decir las cosas como son (Javier Bardem o Daniel Sánchez Arévalo que yo recuerde, pero seguro que hay más), pero otros (a estos prefiero no citarlos, porque algunos son amigos míos) han puesto el grito en el cielo contra las operadoras para seguir manteniendo su relación de buenrrollito con el público. Por lo visto, en la pose de artista trasgresor y provocativo desentona un poco no ser pirata o no estar con ellos en el mismo bar. No pega. Cosas de la imagen, pero baste recordar que en un país tan artístico como Francia a quien se persigue es al internauta que consume contenido pirata. Y no creo que sea porque el presidente está casado con una cantante. Por otra parte, no puedo dejar de decirlo: hay directores de cine que hacen películas malas que fracasan en taquilla con una contumacia solo comparable a la de dicho director por hacer una buena película. Esto sólo es posible gracias al sistema de subvenciones del cine español, en el que hacer una película mala que no interesa a nadie no es óbice para conseguir una nueva subvención para rodar la siguiente. No estoy en contra del sistema de subvenciones, pero creo que casos como el de estos directores demuestran que su funcionamiento es mejorable. Lo que me sorprende es que algunos de ellos, con una convicción capaz de burlar cualquier polígrafo, están saliendo a la palestra a decir que “ellos, como artistas que son, tienen derecho a vivir de su trabajo como cualquier otro currante”. Superado el estupor, la pregunta es obvia: ¿qué le ocurre a un trabajador de cualquier otro negocio o sector cuando no hace bien su trabajo? En España hay muy buenos directores de cine, y muy buenos artistas en general. No entiendo como permiten que algunos paniaguados hablen en su nombre. Los verdaderos creadores de cultura no se dan cuenta de cuánto les perjudican este tipo de personajes bufonescos en su lucha por la conquista de la opinión pública. Los nombres están en la memoria de todos. En el momento de cerrar estas líneas, la página “señoras que no cantan alto en misa por miedo a Ramoncín” de Facebook tiene 11.808 afiliados.

3.    Las teleoperadoras silenciosas. Hay silencios ominosos y el de las telecos en este caso es de tamaño XXL. Como ya se ha dicho, las teleoperadoras son el chivo expiatorio del artista que no quiere criticar al público pirata. Se les acusa de estar detrás de todo esto, de ser la mano que mueve los hilos de la marioneta, de conspiración de lesa humanidad y cosas así. ¿Por qué no se defienden? Las demás partes implicadas han firmado manifiestos, concedido entrevistas, protagonizado distintas modalidades de happening virtual y real para mantener vivo el debate y decantarlo a su favor, pero los presidentes de las telecos no dicen nada, ni siquiera sus portavoces o ejecutivos a título individual. Nada. Silencio. ¿Por qué? Pensando en ellos, uno se acuerda de las películas de policías en las que se dice eso de “todo lo que diga puede ser utilizado en contra suya”. Pero el que calla otorga, y mientras no se escuche contrarréplica todos seguiremos gritando nuestra queja: “España es uno de los países del mundo en los que más se ejerce la piratería y el precio de la banda ancha es un 10,8% más caro que la media de la UE”. Aten cabos. Hay silencios ominosos y hay silencios elocuentes.

4.    Los políticos. No podía ser de otro modo. En un artículo sobre el gran guiñol del cinismo en torno a la Ley Sinde el número final queda reservado a los políticos. No se libra casi nadie. El PSOE había preparado una maniobra navideña para aprobar subrepticiamente su normativa para crear un mecanismo legal de cierre de páginas de descarga pirata. La ley de Economía Sostenible es tan importante como aburrida para el común de los mortales y parecía el camuflaje perfecto para la operación. Pero no coló. Los internatuas no picaron e hicieron todo el ruido posible, y el resto de los partidos políticos no colaboró como se había esperado. Lo más indignante es que poco importa lo que piensen los partidos políticos sobre la cuestión de la propiedad intelectual (de hecho, todos están a favor de protegerla). Cabría pensar que si estás a favor, votas a favor y si estás en contra, votas en contra, pero por lo visto esa no es la lógica que mueve la dinámica parlamentaria. Es una ingenuidad pensar así. Un reduccionismo, una simpleza, un disparate, casi casi una estupidez. El grupo de CIU pidió a cambio de su voto favorable “negociar otras cosas”, en un intento oportunista de aprovecharse de la debilidad del Gobierno, y el PP decidió votar en contra para desgastar a su oponente, conseguir un argumento más con el que pedir el adelanto de las elecciones y ganarse fáciles aplausos en la comunidad de usuarios activistas, donde personajes como Esteban González Pons pegan tanto como Peter Sellers en El Guateque. Como consecuencia, no se aprobó una ley con la que la mayoría de la cámara estaba de acuerdo.  Alucinante es poco.

 

Así que, volviendo al principio, confiemos en que, como dijo Rubalcaba, se abra un debate sereno sobre la cuestión. Para ello será necesario que nos quitemos las caretas y hablemos con sinceridad, en la medida de lo posible. De otro modo, el guiñol seguirá en escena, lo que no deja de ser divertido, pero no se arreglará la cuestión principal.

Dicen que la solución es buscar un nuevo modelo de mercado que beneficie a todas la partes. Parece razonable, porque todos tienen algo que perder y todos tienen algo que ganar. Por una parte,  a los internautas no se les puede pedir el heroísmo de pagar siempre por lo que pueden conseguir gratis (sobre todo con la que está cayendo). Y por otra, los artistas tienen derecho a pedir que se proteja su propiedad intelectual, pero deben tener en cuenta que muchos de los contenidos que se consumen en versión pirata no se consumirían en condiciones de pago. Uniendo inteligencias y voluntades encontraremos la solución y nacerá un nuevo modelo de mercado.  Yo confío en eso, pero tal vez sea el espíritu de la navidad, que me ablanda el escepticismo.


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