Cuando pienso en “Dumb ways to die” me cuesta mucho asimilar que es del año 2012 y que hubo un tiempo no tan lejano en el que no existía. Escucho otra vez su melodía (que me sigue llevando a pensar que en la maqueta metieron de referencia “Jesus etc” de Wilco, cosas mías). Me vuelvo a ensimismar con las palmadas de dos de los muñecos fallecidos y me vuelvo a reír con el baile del que vende sus riñones. Me vuelve a sorprender que la muerte de unos dibujos animados reivindique que el humor negro puede salvar vidas, puede ganar premios y puede concienciar igual o más que un pianito de Ludovico Einaudi. Vuelvo a reverenciar a John Mescall y a su equipo que fueron los que obraron desde la oficina de McCann en Melbourne el milagro de conseguir 28 leones, entre ellos 5 Grand Prix, con una campaña que te compartiría tu sobrino más pequeño.
Porque no solamente fue el trabajo en sí -que es maravilloso- sino la manera de comunicarlo, de hacerlo grande, de hacerlo de todos... Porque, de un brief en el que se pide concienciar a quién no te está escuchando, consiguieron un movimiento, un baile y una corriente de simpatía y compromiso. Consiguieron entrar en los móviles mediante juegos, en los andenes mediante karaokes, en los colegios mediante divertido material docente, en la historia de la música mediante listas y versiones y en nuestra cabeza (sí, la estás cantando) mediante atrevimiento, determinación y, por supuesto, excelencia creativa.