¿La libertad de expresión era esto?

¿La libertad de expresión era esto?
Miércoles, 27 de marzo 2019

Años de lucha por la conquista del derecho a estar informados, pagados con un alto precio que incluye el sacrificio de vidas humanas, no pueden terminar en un mundo donde cada vez sea más difícil conocer la verdad de los hechos porque la mentira, la calumnia y el infundio comparten piso y cocina con el periodismo.

A este tema de actualidad hemos dedicado nuestro número especial Anuario 2019, en el que incluimos la crónica de un debate con expertos sobre el tema. Por desgracia, cuando se habla de `fake news´ el consenso que se alcanza en el diagnóstico se rompe en mil pedazos si se trata de repartir responsabilidades o buscar soluciones. Todos estamos de acuerdo en que la posverdad es un problema de orden mundial con efectos nocivos sobre la vida de la gente, pero cuando algunos de sus máximos beneficiarios se presentan ante la opinión pública como víctimas del fenómeno y no como sus promotores nos damos cuenta de lo complicado que va a ser poner freno a esta lacra. El cinismo es parte del problema; y mentir sabiendo que se miente -y sabiendo que el que escucha sabe que mientes, pero no le importa porque eso es lo que quiere oír-, es de un nivel difícilmente superable, aunque por ese camino se pueda llegar al despacho oval de la Casa Blanca.

La información, entre otras cosas, es un mercado de oferta y demanda y todos los que nos ganamos la vida en él deberíamos estar preocupados por su supervivencia en lugar de ser tan rápidos en señalar al otro antes que a uno mismo cuando se trata de asumir responsabilidades en la adulteración del producto comercializado; que es, o debería ser, el relato de los hechos en la forma más objetiva posible. ¿O acaso el producto es otro y también nosotros hacemos un ejercicio de cinismo cuando nos definimos como periodistas o profesionales de la comunicación? ¿somos portavoces o periodistas?

La publicidad también tiene su parte de culpa en este desastre medioambiental, y como medio especializado en la materia no podemos eludirlo. Hace ya algunos años que, salvo honrosas excepciones, el consumidor de información no paga por ella. Es uno de los efectos que la revolución tecnológica ha tenido sobre el periodismo, pero no el único. Otro no menos grave es la eliminación de barreras de entrada en el sector, y basta ir a una rueda de prensa para comprobarlo. La competencia por la audiencia es feroz, tanto por el número de contendientes como por la inmediatez con la que se solicita una respuesta a todo, incluso a expensas del rigor.

La lógica del mercado ha impuesto nuevos modelos de negocio basados en los ingresos publicitarios, y la planificación de esta inversión online está sometida cada vez más a sistemas automatizados que recompensan la cantidad de audiencia venga de donde venga. También hay nuevos distribuidores de esa información, o tal vez deberíamos llamarlos multiplicadores de audiencia, que hasta ahora no han intervenido mucho en la discriminación de lo que se está reproduciendo en sus plataformas con la excusa -también bastante cínica- de que el fabricante de cuchillos no se puede hacer responsable de si se utilizarán para pelar una manzana o cometer un crimen. Por desgracia, las redes sociales no han sido el ágora virtual que se nos anunció, aunque de eso tiene más culpa la demanda que la oferta, porque la razón está en la psicología de las masas. Por lo visto, en lugar de “abrir el diálogo con todos” en una gran democracia participativa, los seres humanos tienden más a utilizar las redes sociales para reforzar sus creencias aislándose en tribus digitales que confirman sus prejuicios, y solo visitan a las otras tribus para lanzarles insultos y mensajes de odio.

Se fragua de este modo la tormenta perfecta, o por decirlo con otra metáfora, el humus en el que crecerán todo tipo de hongos, incluidos los venenosos.

Cada una de las partes implicadas puede hacer mucho por corregir esta deriva, y ya hay ejemplos notables tanto por parte del periodismo, con los cada vez más populares sistemas de `fact checking´, como en el lado de la distribución con los cambios en los algoritmos y los sistemas de alertas de las grandes plataformas.

La publicidad, por su parte, puede procurar revisar sus criterios de planificación online intentando apoyar a los medios más profesionales porque en ellos se consigue un impacto de calidad que beneficia a la imagen de marca.

Teniendo en cuenta que es mucho lo que nos jugamos, cada parte debería hacer un esfuerzo por pensar en el bien común. Quizás lo primero que tenemos que aprender es que para hacer posible la libertad de expresión debemos empezar por merecerla.


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